noche de brujas
Desde pequeña, las películas me enseñaron a tenerle miedo a las brujas. Eran las malas, las villanas, mujeres a las que había que tenerles temor. Crecí creyendo eso hasta que entendí que detrás de esa imagen de “malas” había otra historia: la de mujeres que se atrevieron a pensar por sí mismas, a sanar, a vivir fuera de las reglas impuestas por los hombres, esos mismos que, al no poder controlarlas, las llaman de esa manera.
Sombreros picudos; caras verdes; lunares prominentes; vestidos y harapos negros; calderos y escobas voladoras; todos estos eran símbolos de la caricaturización de las brujas con las que crecimos. La idea de unas mujeres “feas”, encargadas de hacer pócimas y menjurjes para resolver situaciones, o incluso para venganzas. Mujeres a las que se les temía y de las cuales debíamos permanecer lejos.
Las brujas regresan, pero esta vez con libros, versos y canciones. En la ciudad de Guatemala, la librería feminista Librefem prepara un encuentro para celebrar la palabra y la memoria de aquellas mujeres que, siglos atrás, fueron quemadas por expresar sus conocimientos.
Las brujas no respondían a ningún mandato social, no tenían ninguna dependencia económica ni familiar, “las brujas eran mujeres maravillosas”, confirma Carla Natareno, periodista y gestora cultural, quién nos acerca el tema de las brujas, hechiceras y escritoras. En la historia y en la literatura existen muchos tipos de brujas, están las que sanan, las rebeldes o las brujas medievales, todas consideradas las primeras feministas, porque siempre van a transgredir las normas de esas sociedades, por ejemplo al escribir, ya que era prohibido porque las alejaba de sus tareas domésticas.