
Niñas de papel: cuando el teatro sostiene la memoria
Escrito por Ruda
“Bryan logró con su obra, creada con respeto y empatía que, en los últimos años, durante cada conmemoración del Día Internacional de la Mujer, guatemaltecos de todas las edades conocieran por medio de Niñas de papel la tragedia y su contexto, sin criminalización y estigmatización”.

Por Jorge Fernández
En la recién pasada Feria Internacional del Libro en Guatemala (FILGUA), en una edición dedicada a Marta Elena Casaús Arzú, y, por ende, una feria dedicada a la memoria, apareció ante mí un libro delgado, ubicado en un rincón de las estanterías: un ejemplar de Niñas de papel. Entre las mesas repletas de libros y el ruido pausado de los corredores, el guion publicado por la editorial Cazam Ah me detuvo de repente. Había escuchado sobre la obra, sabía que se había presentado años atrás, pero nunca me había aproximado a ella y mucho menos la había leído.
Abrirlo fue como entrar en una habitación cerrada donde voces que el tiempo y la indiferencia quisieron callar, recuperan su lugar con una fuerza dolorosa y necesaria. Niñas de papel no es un libro para pasar el rato, para leerlo y así poder huir de la cruenta realidad que a veces es insostenible; la obra es un espacio que sostiene una memoria urgente, que no permite el olvido, que nos arranca la indiferencia a punta de cincel.
La obra es el relato de esas voces pequeñas, frágiles, como el papel, pero con el peso de la verdad y la resistencia. Voces que se alzan para decirnos lo que no queremos ver, para recordarnos que la memoria, cuando se sostiene desde el arte y la justicia, puede ser un acto de reparación.

Hay dolores que no se borran
El 8 de marzo de 2017, 56 niñas fueron encerradas en un aula bajo llave, dentro del Hogar “Seguro” Virgen de la Asunción. El fuego llegó. Cuarenta y una murieron, quince sobrevivieron con quemaduras graves; nadie abrió la puerta a tiempo.
Según el informe de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, titulado Las víctimas del Hogar Seguro Virgen de la Asunción: Un camino hacia la dignidad, “...muchos de los niños y niñas acogidos en el HSVA fueron víctimas de violencias, agresiones y violaciones a los derechos humanos. Decenas de denuncias se interpusieron ante las instituciones públicas, incluyendo al sistema de justicia, pero no fueron atendidas debidamente, lo que eventualmente llevó a los sucesos del 7 y 8 de marzo de 2017”.
Para muchas personas, este fue un crimen de Estado. Y para el Estado, como dijo el expresidente Jimmy Morales: “Fue un suceso trágico en donde el Estado tuvo responsabilidad, pero no fue su crimen”.
La obra escrita por el dramaturgo y licenciado en Bellas Artes costarricense Bryan Vindas Villarreal no reconstruye los hechos, tampoco los representa desde la distancia, sino más bien se ubica dentro de la herida, desde donde duele. La obra se estrenó en 2018, en el Centro Cultural de España, en la zona 1 de la ciudad de Guatemala, pero fue la publicación del guion, en 2021 por la editorial Cazam Ah, lo que le permitió que pudiera sobrevivir al escenario y seguir hablando.

El texto como cuerpo de memoria
La dramaturgia es fragmentaria, coral. Está sostenida por símbolos que duelen: un castillo en una montaña de fuego que simboliza al Hogar “Seguro” Virgen de la Asunción; ríos de lágrimas, cuerpos extraños como personas con cabeza de perro, figuras unidas por el torso, que personifican a los responsables del daño cometido, siendo esto una forma de bestializar a los verdugos, una válvula para sacar la rabia. Una bruja que esparce cenizas por el escenario actúa como narradora. Las voces llegan desde fuera, como ecos o fantasmas, algunas se oyen sin que nadie hable. La fantasía no suaviza el horror: lo vuelve visible desde sus márgenes.
El autor cuenta que quiso basar la obra en los textos y cuentos escritos en el siglo XIX, que prevenían a las niñas y los niños de los peligros de la sociedad, y lo trae a lo contemporáneo. Sumerge también esa historia en la documentación y en la veracidad de los acontecimientos en los que está cimentada.
En medio de ese paisaje, aparece la voz de una de las niñas, luego se une la voz de muchas otras:
Niña de papel 1: Nadie nos abrió.
Niña de papel 2: Nadie nos quiso abrir.
Niña de papel 3: Luego yo morí.
Niñas de papel 1: Yo también morí.
Niña de papel 2: Y yo también morí.
No hay consuelo en esas frases. Hay certeza. Hay denuncia.
La escritura de Vindas Villarreal no grita, se quiebra. Cada línea tiene el ritmo de un testimonio contenido, hay ternura rota, rabia sorda, palabras que se dicen como si apenas alcanzaran para mantenerse en pie.
Mientras leía en voz baja algunas de esas frases, me descubrí repitiéndolas como un rezo sin fe, como si necesitara aprenderlas. Esas voces ya no me dejaban: se habían quedado en mi pecho como un eco persistente, en especial, la frase “Nadie nos abrió”. Esa oración me siguió hasta casa, hasta el sueño.

Una dramaturgia desde la herida
Bryan Vindas Villarreal (Costa Rica, 1989) escribe desde los bordes: del cuerpo, de la infancia, del sistema. Niñas de papel no pretende explicar ni moralizar. Se sostiene desde una ética cuidadosa, incorpora fragmentos de informes oficiales, declaraciones judiciales, retazos de notas periodísticas, pero también inventa escenas para lo que no fue dicho.
En la obra, la voz de un hombre, que personifica a la sociedad guatemalteca dice:
“Una vez vi una obra de teatro donde aconsejaban a las mujeres gritar ‘fuego’ si un hombre quería abusar de ellas en la calle; porque si ellas gritan que es un asalto o que las están violando, nadie se acercará por miedo, pero si gritaban ‘fuego’, las personas llegarán para observar, todos queremos ver cómo algo... [Pausa] o alguien que se quema”.
No hay metáfora, hay una realidad que se nombra sin rodeos. El fuego se convierte en símbolo de lo que todos miran, pero pocos socorren y luego lo que arde, en la obra, no es solo un cuerpo: es un país.

La publicación como gesto político
La decisión de Cazam Ah de publicar este texto fue más allá de lo editorial: fue un acto de responsabilidad. En un país donde la impunidad desgasta, donde el juicio por el caso tardó siete años, donde las víctimas son tratadas como cifras y culpables, poner el texto en papel es una forma de impedir que se olvide.

Según Vindas Villareal, esta es un llamado de atención, es una voz que pronuncia las palabras que necesitan ser dichas, desde un estilo vanguardista, arriesgado y experimental, no solo en su forma, sino también en su fondo.
El texto está dividido en siete actos o cortinas, en las que desfilan un gran número de personajes, tanto humanos como fantasiosos y monstruosos. En el libro leemos y reconocemos a las niñas, a los verdugos, a las madres pidiendo justicia, a las abuelas reclamando los cuerpos y a la sociedad que por un temor estructural voltea la cara y se tapa la nariz al sentir el humo con su aroma a cuerpos.
La editorial Cazam Ah no hizo la publicación para los escenarios, la hizo para los lectores, para que Niñas de papel exista también en aulas, talleres, bibliotecas comunitarias, para que las niñas no queden atrapadas en la estadística.

Escritura desde la cicatriz
El juicio a los ocho exfuncionarios implicados inició en 2024, la justicia comenzó a reconocer lo que las niñas ya sabían desde aquel 7 de marzo de 2017: tenían razón. Tarde. Insuficiente. La obra no lo menciona, no lo necesita, es, en sí misma, una forma de memoria, un documento poético, una cicatriz que no busca cerrar, pero sí impedir que se borre.
Durante ocho años se ha desenterrado la verdad dolorosa de una institución que, bajo el nombre de protección, encerró, abandonó y olvidó a niñas y adolescentes vulnerables. La tragedia no fue un accidente, fue un crimen de lesa humanidad. Las jóvenes, que solo buscaban ser escuchadas, fueron encerradas en un aula pequeña y cuando el fuego se extendió, la muerte se llevó sus sueños y sus gritos. Las condenas que solicitó la fiscalía del Ministerio Público van de cuatro a más de cien años, y la memoria de estas niñas se sostiene no solo en el dolor, sino en la urgencia de no olvidar, en la esperanza de que el país aprenda a proteger a quienes más lo necesitan.

La noche en que terminé de leer el libro no dormí del todo bien, había algo que me llamaba hacia la computadora para escribir, era como una necesidad de hablarles a otros y otras sobre el humo, las letras y el fuego. Esa fue, quizá, la forma en que mi conciencia quiso decirme que esto no era solo literatura. Era una llamada de atención.
Niñas de papel nos habla desde una llama que no se apaga, desde una ausencia que sigue respirando.
En un país donde la justicia llega tarde, donde el olvido se administra desde las instituciones, esta obra es una resistencia delicada, pero firme. Leerla es quedarse al borde del fuego. No para mirar el incendio. Para escuchar lo que aún arde dentro.
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Ruda
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