
La vivencia personal de investigadoras sociales también es política
Escrito por Ana Lucía Ramazzini Morales
Ana Lucía Ramazzini
Hacer investigación con perspectiva feminista resulta mucho más complejo de lo que suele creerse. Abundan los análisis sobre los hallazgos obtenidos; pero, poco se documenta lo que ocurre -en muchos casos tras bambalinas- para llegar a esos resultados. Esto se agudiza, aún más, cuando los estudios están relacionados con sexualidades, con derechos sexuales y reproductivos, con violencia sexual. Las relaciones desiguales de poder atraviesan todo el proceso de investigación.
En varios de los estudios de los que he sido parte en los últimos diez años, se presentan situaciones que lo ilustran claramente. Por ejemplo, en una investigación sobre las uniones infantiles, tempranas y forzadas en distintas regiones del país, al equipo de investigación se le impidió ingresar a un poblado ubicado al norte y controlado por el narcotráfico, bajo la advertencia que “habría problemas”. En otro municipio de occidente, las encuestadoras fueron retenidas junto con las encuestas que habían logrado aplicar. En una tercera experiencia vinculada a educación integral en sexualidad, y que en parte se estaba llevando a cabo en oriente, rodearon la escuela donde se estaban pasando las encuestas, amedrentando a la investigadora porque “sobre eso no se pregunta”. Cabe señalar que, en todos casos, se había coordinado previamente con autoridades locales, pero los poderes paralelos terminaron imponiéndose.
Recuerdo también otra experiencia en una entrevista realizada a un hombre universitario en el marco de un estudio sobre masculinidad hegemónica. Al preguntarle por qué un hombre de su edad estaría interesado en una joven casi 35 años menor que él, respondió mirándome fijamente: “No vas a comparar el cuerpo de una joven con un cuerpo como el tuyo”. La entrevista se dio en un tono bastante agresivo de su parte, pero permitió identificar ideas comunes y bastante arraigadas que moldean la práctica de la masculinidad y que inciden directamente en la vida de niñas, adolescentes y jóvenas.
En muchas ocasiones, los temas investigados también interpelan y traspasan historias personales. Se ha dado el caso de equipos de encuestadoras con amplia experiencia en el abordaje de violencia contra las mujeres, quienes tras aplicar las encuestas relataron haberse visto reflejadas en los testimonios de las entrevistados. De aquí, la importancia de la entrevista como instrumento de conciencia de género, según plantea Norma Blázquez Graf, psicóloga y filósofa feminista mexicana.
Y es que en esta sociedad patriarcal, la violencia de género pesa y carga. Muchas investigadoras hemos tenido que hacernos de momentos para parar, respirar, sanar ante el estudio de la violencia sexual -histórica y contemporánea- contra bebés, niñas, adolescentes, jóvenas, mujeres diversas. Hablar entre nosotras, buscar apoyo profesional, dibujar, escribir, sostenernos de redes, han sido algunos de los mecanismos que hemos utilizado para recuperar fuerzas y continuar con estos estudios.
¿Por qué nombrar estas situaciones? Porque desde la ética feministaresulta imprescindible problematizar las relaciones desiguales de poder que operan, explícita e implícitamente, detrás de cualquier proceso, incluso académico, para hacer constar que lo personal es político. Y, en esa línea ética, también es urgente visibilizar la necesidad y urgencia del cuidado que se requiere para seguir estudiando problemáticas que nos afectan; cuidado que pasa por mejores y más dignas remuneraciones económicas al quehacer investigativo, así como por la designación intencionada de acompañamiento psicosocial y de seguridad a los equipos de investigación. Nombrar estas situaciones va más allá de un simple ejercicio anecdótico; implica reconocer las condiciones estructurales para seguir investigando las problemáticas que nos impactan a las mujeres en contextos marcados por la violencia.
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Ana Lucía Ramazzini Morales
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