Tintas

Cuando investigar también es resistir:La defensa de la libertad académica de las mujeres

Escrito por Ana Lucía Ramazzini Morales

En contextos patriarcales, la voz permitida para construir conocimientos es la de los hombres y se privilegia a aquellos que responden a características hegemónicas como blancura, clase, heteronormatividad, entre otras. Ante esto, la investigación social desarrollada por mujeres desde la perspectiva feminista e interseccional se convierte en un acto profundamente político porque cuestiona los poderes que mantienen el statu quo y, como consecuencia, suele ser deslegitimada, invisibilizada o criminalizada. En este escenario, defender la libertad académica de las mujeres constituye una urgencia.

Desde esta convicción, junto con Marisa Ruiz Trejo (UNACH, México) y Tania Mata Parducci (Centro Arte para la Paz, El Salvador) desarrollamos la investigación “Pensadoras críticas y las crisis de libertad académica en Chiapas y Centroamérica”, con el acompañamiento de Vernor Muñoz, de Costa Rica (CLACSO-CLAA).

A nivel regional existe la Coalición por la Libertad Académica en las Américas (CLAA), que la defiende como un derecho humano fundamental y como una “piedra angular de las sociedades democráticas”.  La libertad académica “implica el derecho de toda persona a buscar, generar y transmitir conocimientos, a formar parte de las comunidades académicas y a realizar labores autónomas e independientes para llevar a cabo actividades de acceso a la educación, docencia, aprendizaje, enseñanza, investigación, descubrimiento, transformación, debate, búsqueda, difusión de información e ideas de forma libre y sin temor a represalias”, según los Principios  Interamericanos sobre Libertad Académica y Autonomía Universitaria (CIDH, 2021).

La libertad académica tiene relación con el derecho a pensar y a producir saberes sin coerción, censura ni castigo. Es la posibilidad de nombrar, documentar, problematizar y analizar violencias estructurales -como el patriarcado, el racismo, la heteronormatividad, el clasismo o el extractivismo- sin miedo a represalias.  En pocas palabras, implica el derecho a construir pensamiento desde las periferias, desde las experiencias negadas o naturalizadas, desde las disidencias, y hacerlo en espacios y condiciones seguras y libres.  Además, su reconocimiento y garantía no es sólo para quienes están en las universidades, sino también para quienes investigan desde organizaciones sociales, medios independientes, territorios en resistencia, para quienes construyen conocimientos desde el arte, la literatura, la memoria histórica…

Violentar el derecho a la libertad académica de las mujeres que investigan pasa por la intimidación, por la persecución, por la descalificación, por el acoso, por condicionar agendas de investigación, por limitar financiamiento y vulnerar condiciones de trabajo, por la cooptación del lenguaje, por restringir debates académicos, por censurar el estudio y la difusión de hallazgos de temas que son relevantes para las vidas de las mujeres, relacionados a los cuerpos, el deseo, el aborto, la violencia sexual, la educación integral en sexualidad, la teoría de género, entre otros. 

Y es que las preguntas del feminismo incomodan, porque también se posicionan desde una apuesta por la transformación y la vida digna, desde saberes que no se alinean con los discursos conservadores y dogmáticos.

Por eso, donde el pensamiento crítico -como la teoría de género feminista- es percibido como amenaza, posicionar la libertad académica es resistir. Porque el pensamiento es también territorio en disputa y, como nos han enseñado nuestras ancestras, todo territorio hay que defenderlo.

Participaron de esta nota

Ana Lucía Ramazzini Morales

2 artículos