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Cuando el trabajo y la vida personal son sinónimos
Escrito por Rebeca Javier
Por Rebeca Javier
La serie televisiva sobre el lugar de trabajo es un clásico del formato. Desde The Sopranos hasta The Pitt, explorar la ocupación de sus protagonistas revela detalles sobre su propósito, situación económica o cuáles son sus metas para el futuro. En general, vivimos tiempos marcados por lo desconocido. Y en el caso de las artes, ¿vale la pena esforzarse en el proceso creativo si el mundo parece decir repetidamente que no le interesa? The Studio, incluso con su tono paródico, es una defensa apasionada de la originalidad ante la monotonía.
Si una buena parte de la TV de prestigio enarbola el drama como el género de preferencia, es novedoso ver que series como The Studio opten de una manera tan decidida por la comedia. Esta coyuntura, tan sombría a veces, nos lleva a querer ver historias contadas con un estilo que sea lo más alejado de lo que se encuentra en un noticiero. Sin embargo, esta diferencia en la entonación no es un factor limitante para retratar y denunciar situaciones que definitivamente ocurren en la vida real.
En The Studio, el actor Seth Rogen es Matt Remick, un ejecutivo que se encuentra repentinamente a cargo de Continental Studios, una productora cinematográfica. Su ascenso debe representar un relevo generacional, un voto de confianza. Patty Leigh, la antigua directora del estudio, ha sido despedida por los resultados decepcionantes en la taquilla y la intención es que Matt se concentre en la rentabilidad de las películas a las que les da luz verde. Esto representa un dilema de entrada para él, porque debe reconciliar las expectativas que tiene como cinéfilo con las necesidades que marcan la industria a la que pertenece. ¿Será capaz de reconciliar ambas? A lo largo de la temporada, lo principal que hace Matt es intentar hacerlo.
Le acompañan en su propósito Sal Saperstein (Ike Barinholtz), el vicepresidente del estudio; Maya Manson (Kathryn Hahn), la directora de marketing; y Quinn Hackett (Chase Sui Wonders), la asistente personal de Matt, quien luego es promovida a un puesto de ejecutiva junior. Un gran acierto de la serie es la presencia constante de invitados especiales que se interpretan a sí mismos, dándole un toque maravillosamente autorreferencial a la historia. En el primer episodio, Martin Scorsese le recuerda a la audiencia que también es un actor con un gran instinto cómico. Y en las siguientes partes de la historia, ver a Zac Efron o a Olivia Wilde detrás de escenas contribuye a la atmósfera de sentirse como un verdadero insider.
El argumento de The Studio tampoco teme introducir debates sobre la desigualdad de oportunidades en el área laboral. En el episodio cinco, Sal y Quinn se enfrentan en una batalla campal porque ambos intentan que sus películas de temática similar sean aprobadas. Quinn es constantemente tratada con desdén por parte de Sal, quien cree que es ella quien debe seguir trabajando para poder poder ganarse una posición similar a la que él disfruta. Al final, después de una serie de contratiempos, Sal accede a ayudar a Quinn a que le aprueben un proyecto. Ni siquiera es necesario articular por qué es más difícil para Quinn, como mujer joven y no blanca, conseguir que le traten de igual forma que a los hombres en traje de toda la vida.
Los empleados de Continental Studios viven por su trabajo, es algo que es más que evidente cuando muestran a Matt siendo cuestionado por su madre con respecto a su falta de avances en su vida amorosa, o a Sal con dos hijas con las que apenas puede entablar conversación.
Cuando Matt empieza a salir con una oncóloga pediatra llamada Sarah, ambos sienten agrado al poder conocer a alguien con quien no se extienden las conversaciones en torno al trabajo. El problema empezó cuando los colegas de Sarah hablaron con desprecio en varias ocasiones sobre lo banal que les parecía el trabajo de Matt. La discusión se volvió un eterno dilema acerca de la importancia de la ciencia sobre el arte y al final Matt remató con que en cada cuarto de hospital siempre hay una pantalla porque el arte es igual de vital para continuar en el mundo.
Joan Didion dijo, de esa manera punzante y tan característica de ella, que necesitamos contarnos historias para vivir. Al final, entre las amenazas de compra de gigantes de la Big Tech, la inteligencia artificial y una audiencia cada vez más reacia a comprar boletos para ir al cine, esto es lo que mantiene en pie a los idealistas y quijotescos empleados de Continental Studios.
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