Tintas
Foto: Xelafer

Octubre: la Revolución que floreció en el pueblo, no en los palacios

Guatemala vivió una primavera que no fue metáfora. Fue real, se llamó Revolución de

Octubre de 1944, y no nació de promesas ni discursos: nació del hartazgo, de un pueblo

cansado de la humillación, de mujeres y hombres que se lanzaron a las calles sabiendo que

podían morir, pero también sabiendo que seguir callando era otra forma de estar muertos.

Por Debbie Andrea Guzmán

Derrocaron una dictadura que llevaba años tragándose la dignidad del país. Y en ese

momento, entre el miedo y la esperanza, algo floreció: la primera verdadera

transformación democrática y soberana de Guatemala. No era un sueño, era la posibilidad

de un Estado que empezaba a mirar hacia abajo, hacia su gente.

Por primera vez, los obreros podían organizarse, las mujeres podían votar, maestras y

maestros podían enseñar con libertad, y los campesinos empezaban a ser vistos no como

“mano de obra”, sino como parte viva del país. Se crearon derechos laborales, se impulsó la

educación pública, se reconoció la voz ciudadana.

Pero ojo: no fue magia, fue Revolución

Lo que hoy llamamos “la Primavera Democrática” no salió de un despacho, salió de las

calles. Y fueron esas calles —esas mismas que ahora están llenas de miedo, hambre y

silencio— las que sostuvieron un sueño colectivo, el sueño de un país soberano, justo,

donde el pueblo gobernara y el gobierno obedeciera.

Y aunque la historia nos la contaron incompleta —como si la Revolución solo tuviera

nombres masculinos—, hubo mujeres. Hubo maestras, enfermeras, estudiantes,

sindicalistas y madres que pelearon por un futuro que ni siquiera sabían si iban a ver;

mujeres que se jugaron la vida, que fueron las primeras en exigir que su voz valiera tanto

como su voto.

Por eso esta fecha no es nostalgia, es memoria viva

Porque si algo nos enseña la Revolución de Octubre es que las transformaciones reales no

vienen de la caridad del poder, sino del coraje del pueblo. Y si en su momento fue contra un

dictador, hoy sigue siendo contra la desigualdad, el machismo, el hambre y la manipulación

religiosa que adormece conciencias.

Nosotras, las feministas, no queremos un Estado que nos “tolere”, queremos uno que nos escuche, nos incluya y nos repare. Queremos que las niñas de los pueblos tengan la

educación que prometió la Revolución, que las mujeres no sigan muriendo en hospitales sin

atención, que la palabra “soberanía” no sea un recuerdo bonito, sino una práctica diaria.

Sí, celebremos Octubre… pero sin romantizarlo

Celebremos sabiendo que esa Revolución no fue perfecta, pero fue nuestra, y que si el

pueblo pudo levantarse una vez, también puede volver a hacerlo porque la Revolución no

murió: solo cambió de rostro, de cuerpo y de lucha.

Hoy la Revolución vive en cada mujer que no se deja silenciar, en cada trabajadora que

exige un salario digno, en cada estudiante que no se conforma, en cada periodista que

resiste la censura, y en cada feminista que sigue soñando con un país libre, justo y sin miedo.