María de la Paz Castañón
María de la Paz Castañón
La educación es un derecho fundamental y, desde hace décadas, se ha convertido en uno de los pilares principales de las agendas de desarrollo, tanto de gobiernos como de organizaciones internacionales. Educarse garantiza a las personas el acceso a niveles de vida dignos y la posibilidad de desarrollarse individualmente de manera plena. Esto, además, contribuye a que las sociedades generenmayor innovación, crezcan económicamente, gocen de condiciones de vida más pacíficas y reduzcan sus niveles de pobreza y desigualdad. Según datos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), un año más de educación es tan significativo que resulta en una reducción del coeficiente de Gini de alrededor de 1.4 puntos porcentuales. Sin embargo, un grupo poblacional enorme todavía no goza todavía de este derecho en su totalidad.
Las personas no nacemos naturalmente con conceptos de moralidad claros, ni de etiqueta, ni de lengua, entre otros. Más bien, eso es producto directo de nuestra socialización. Esto significa que nuestro entorno es responsable, en gran medida, de las personas en las que nos convertimos.
Si naciste en el año dos mil y como yo eras una niña a quien le gustaban las cosas consideradas como “femeninas", seguramente creciste viendo como en todas las películas la antagonista era quien compartía tus gustos. Esto es problemático, pues pintaba a las mujeres que tanto en sus acciones como en sus gustos se adherían a la feminidad tradicional, como “superficiales”, “poco inteligentes” y “malintencionadas”. Muchas fuimos víctimas de este misógino discurso de Hollywood y comenzamos a rechazar o a menospreciar a otras mujeres sin darnos cuenta. Durante años, fingí que solo me gustaban las películas de acción para ser “diferente” cuando, en realidad, mi película favorita era La novicia rebelde.
El concepto madre se ha modernizado en las últimas décadas. Mientras que antes se veía a la maternidad como el propósito principal de las vidas de las mujeres y como un impedimento para que exploraran otros aspectos de ellas mismas, ahora se ve como simplemente una faceta de sus vidas.
Desde los 14 años de edad supe que era infértil. Me quitaron los ovarios y con eso toda la posibilidad de poder tener hijes de manera natural. Debido a mi corta edad, esto no fue relevante para mí en su momento. La idea de tener hijes era lejana y abstracta que lo único que importaba era evitar los riesgos de salud implicados con tener mis ovarios en la condición en la que estaban. Conforme fui creciendo, la presión de tener una familia aumentó y se convirtió en una realidad extremadamente dolorosa para mí.
Vivimos en un mundo de refugiadas. Las personas se están movilizando a ritmos increíbles, ya sea por razones políticas, desastres naturales o guerras. Según la última estadística de la Organización de Naciones Unidas (ONU), hay alrededor de 108.4 millones de personas desplazadas forzosamente a nivel global y de este gran número el 50% son mujeres. Cuando migran, ellas sufren distintos tipos de violencia y riesgos a los cuales los hombres no se enfrentan. Datos de la ONU revelan realidades horríficas sobre las condiciones a las que se enfrentan las mujeres refugiadas o desplazadas como, por ejemplo, el hecho de que 1 de cada 5 de ellas son víctimas de violencia sexual.
El culto a la delgadez es una herramienta perfecta para sostener el status quo actual, especialmente dirigido hacia mujeres jóvenes y adolescentes.
El mito de que la guerra pertenece solo a los hombres se ha repetido por siglos. La experiencia de Vietnam demuestra lo contrario: las mujeres combatieron, sostuvieron la resistencia y, pese a su protagonismo, fueron relegadas al olvido.