Los 20: la década en que todo se nos exige
Por Viviana Bran
Recuerdo cuando mi papá me dijo que al inicio me ayudaría con la universidad, pero que después debía ver cómo la pagaba. Su justificación fue: “Si te apoyo toda la carrera vas a hacer lo mismo que tu prima, casarte y dejar los estudios”. Ese momento fue decisivo porque entendí que si quería estudiar, tendría que trabajar y estudiar al mismo tiempo. Pero también fue un golpe: el hombre al que veía como héroe me dejó claro que no creía en mí. Lo más duro fue ver, años después, cómo a mi hermano sí le apoyó por completo para que se dedicara únicamente a la universidad. Yo, por ser mujer, tuve que arreglármelas sola porque se asumía que un hombre jamás dejaría la carrera.
No soy la única mujer que ha vivido algo así, pero sí soy la primera universitaria en mi familia. Ese título, que parece pequeño, es una carga inmensa: ser la que abre camino, la que carga con las expectativas y la que se enfrenta al cansancio, a la falta de recursos y a un sistema que no está hecho para nosotras.
Los 20 no son como nos los vendieron. No son años de “libertad” ni de “vivir la mejor etapa de la vida”. Para muchas mujeres son años de sobrevivir: sobrevivir a trabajos mal pagados, a jornadas dobles entre empleo y estudios, a la culpa por no encajar en los estándares de belleza, a la presión de casarse o tener pareja estable. Y, lo más cruel, elegir entre una familia o una vida profesional. ¿Por qué tenemos que elegir?
La sociedad insiste en que “así es la vida”, pero sabemos que es más que eso: es un sistema que nos mide con reglas distintas a las de los hombres, empezando por el matrimonio y la maternidad. A ellos se les permite equivocarse, postergar, probar. A nosotras se nos exige estar listas, ser responsables, no fallar, y sobre todo no dejar que “se nos pase el tren” para ser madres. Yo tengo 21 y no sé qué quiero, menos aún con respecto a la maternidad. Mi mamá, a esa edad, ya estaba embarazada de mi hermano.
Quizá no tengo la vida resuelta, ni la vida social de revista que alguna vez imaginé. Pero tengo claro algo: en mis 20 's estoy aprendiendo a resistir, a nombrar las injusticias y a decir que no es normal lo que vivimos. Y que, aunque el camino sea duro, ser la primera universitaria de mi familia no es solo un logro personal: es también una grieta en un sistema que nos quiere calladas y conformes.
Quiero pensar que puedo ser la luz de las mujeres que vienen después en mi familia. O que, si me lees ahora, te reconozcas en este proceso: porque ser mujer en los 20 también es hacer pequeñas revoluciones, demostrar que podemos y recordarnos que está bien no tener todo claro, ni a los 20, ni a los 30, ni a los 40. No existe un número para comenzar ni para terminar.
En estos 21 años si algo he aprendido es que nadie puede decidir por nosotras y que cada elección cuenta. Crecer significa alzar la voz, trazar nuestro camino y vivir sin pedir permiso. Porque nuestra vida, nuestros sueños y nuestro futuro nos pertenecen, y tenemos derecho a defenderlos.