Donde antes hubo una palma, ahora hay un guardián de la memoria
Escrito por Maff Ochoa
Es quizás el trayecto por la Avenida Reforma, en la Ciudad de México, uno de los más emblemáticos para muchos de los chilangos y la gente del estado de México que salimos a trabajar todas las mañanas, o a turistear con las hijas e hijos y amigos los fines de semana.
Por Mafer Ochoa
Cuando nos cuentan la historia del país, nos embelesan el oído diciendo que un tal Maximiliano de Habsburgo construyó Reforma para que su amada Carlota pudiera ver su regreso desde el Castillo de Chapultepec —a saber si es verdad o solo una mentirilla piadosa que cuentan las y los maestros—. Lo cierto es que Reforma tiene algo: aunque uno vaya muerto de cansancio o detenido por el tráfico, hay un aura que se siente. Ahora, sin embargo, una especie de vacío flota en el ambiente, un cambio de energía. Y sé, no soy la única que lo percibe.
En 2022 nos arrancaron del centro de Reforma a La Palma, ese árbol que estaba plantado sobre la avenida desde hacía más de un siglo. Se encontraba infectada por un hongo que dañó su salud de forma irreparable, siendo sustituida por un ahuehuete (árbol nativo de México) tras una consulta ciudadana. La palmera, ícono de la ciudad, representaba un riesgo para la ciudadanía debido a su deterioro. Pero con la pérdida de La Palma, algo en la memoria colectiva también se arrancó: los símbolos de las estaciones del Metrobús y muchos recuerdos desaparecieron. En su lugar, el ahuehuete vino a transformar el espacio en algo más que un punto de encuentro.
El primer ahuehuete fue retirado debido a su tardía adaptación al ambiente, después de que un vehículo impactara los tensores que lo sostenían. Entonces, las familias de los desaparecidos se reapropiaron del espacio, renombrándolo como “Glorieta de las y los Desaparecidos”, en memoria de las más de 100 mil personas víctimas de desaparición en el país. A ese primer ahuehuete lo llamaron “El Guardián de los Desaparecidos”. Al poco tiempo, otro ejemplar de la misma especie tomó su lugar, pero con una connotación distinta.
La pérdida es una sensación extraña. Uno asume que pocos pueden entenderla o que los pensamientos que a uno le vienen de repente rara vez son compartidos. Mis pasos por Reforma venían acompañados de sentimientos de olvido, de preguntas como: “¿A la gente no le importa que arrebaten y sustituyan las cosas así como así? La flora no debería ser un objeto decorativo del paisaje, son seres vivos que trascienden a nuestro corto paso por la urbe, porque esa ‘urbe’ fue antes de ellos y nosotros vinimos a cohabitar con ella, no a quitar y poner a nuestro antojo y disposición”.
No recuerdo haberlo hablado con alguien antes, hasta que tomé entre mis manos el libro “Raíz que no desaparece”, de Alma Delia Murillo. En sus primeras páginas, la autora relata la misma extrañeza y curiosidad ante la pérdida de un símbolo sustituido por otro, exceptuando la raíz —esta raíz que hace tan difícil afrontar una ausencia—.
Su libro empieza así:
“Hay árboles que nacen para ser memoria. El segundo ahuehuete que plantaron en la glorieta que ya no era de la Palma sino de los Desaparecidos, llegó al mundo con el destino de ser un guardián. Supe que la raíz de ese árbol no desaparecería, que se aferraría al suelo de Reforma con la misma fuerza con la que las madres se aferran a las fotografías de sus hijos, negándose a que el olvido les gane la batalla. Porque buscar es, antes que nada, un acto de memoria empecinada”.
“Madres”—pensé—. Madres, como decimos los mexicanos cuando algo nos cala en el alma y sentimos una incomodidad desbordante. Eso sentí al adentrarme en las primeras páginas del libro de Alma. Sí, sabía que la Palma había muerto, que la habían arrancado y que ahora había un ahuehuete, más no que era el segundo que plantaban. Sí, sí veía las fotos pegadas en los muros que lo acorralaban para evitar el vandalismo ciudadano, mas no que se lo habían apropiado, que lo habían nombrado un protector. Con razón la energía que invadía las plantas de mis pies era tan densa cuando caminaba junto al nuevo ahuehuete de Reforma. No estaba loca: otros ya lo habían sentido, se lo habían apropiado y habían renovado el símbolo para hablar de un tema tan incómodo como lo son los desaparecidos en México.
Urgente es nombrarlo, aunque resulte incómodo ignorarlo. Me resonó tanto que pensé que debía escuchar de la propia Alma aquello que sintió mientras desarrollaba el libro. En una de sus conferencias contaba cómo algunos le decían no poder hacer una lectura continua de su escrito: “Es que me duele”, “Me parece muy fuerte”, eran frases que se repetían. Es curioso porque tenemos tan normalizada la violencia que vemos en redes, que no parece importarnos observar una explosión o un bombardeo al otro lado del mundo; lo olvidamos al deslizar hacia abajo y toparnos con un video de gatitos hechos con IA y voces generadas por computadora. Tenemos el sistema de recompensa jodido gracias a las redes.
Tampoco considero que sirva de mucho que nuestra presidenta —con A— le dedique dos minutos al tema en su conferencia matutina si cambiará de asunto abruptamente, aunque esa ya es otra historia.
Y es así como de la nostalgia paso a la euforia mientras redacto estas letras, porque me cala en lo hondo que tan pocos hablen de esto, que seamos tan poco empáticos, cuando sabemos perfectamente que la cifra puede alcanzarnos en cuestión de tiempo.
La extrañeza por La Palma arrancada palidece ante la realidad de que, desde 2020, la crisis de desapariciones se ha desbordado, superando la escalofriante cifra de 133 mil personas no localizadas en todo el país. El sentimiento de vacío no es solo por un árbol: es el reflejo de las decenas de miles de familias que se han sumado a esta agonía en los últimos años, confirmando que caminamos sobre una herida abierta que no deja de crecer. Al contrario, se enraiza cada vez más en el entramado social del mexicano, aunque muchos decidan ignorar las esporas de este hongo que nos tiene profundamente contaminados.
En palabras de Alma: “Entonces, a lo mejor sí, los árboles saben que México está viviendo una epidemia de violencia, que se está infectando sus raíces”. Esa premisa conduce a todo el relato.
Son ellas, las madres buscadoras, las organizadas en colectivos como las Madres Buscadoras de Sonora, de Ceci Flores, o el Colectivo Solecito de Veracruz, quienes se han apropiado del espacio. No fue un acto aislado, sino parte de una lucha incansable que se manifiesta en las calles con la Marcha de la Dignidad Nacional cada 10 de mayo, donde miles de ellas exigen justicia en lugar de celebrar. Ellas son la raíz que se niega a desaparecer, transformando su dolor en una búsqueda activa y en un acto de memoria empecinada.
Este activismo nace de una profunda indiferencia del Estado. La razón por la que necesitan tomar una glorieta es porque el gobierno las ha ignorado sistemáticamente, descalificando su lucha como “politiquería” y negándose a recibirlas. Peor aún, intentó implementar un nuevo censo denunciado por las familias como un intento de maquillar las cifras y borrar a los desaparecidos del registro. Por eso el ahuehuete dejó de ser un simple árbol: se convirtió en el Guardián de los Desaparecidos, un monumento vivo a la resistencia contra el olvido impuesto desde el poder.
Ahora camino y entiendo por qué siento un aura extraña, un pesar en las plantas de los pies, un simbolismo roto, una ciudad distinta. Siento tristeza al ver fotos de personas que no conozco, pero de quienes quisiera saber qué les pasó. Quisiera, al menos por un día, hablar con sus familias y decirles que, aunque no entiendo un carajo su dolor, jamás lo negaría, porque no podría soportar perder a alguien ni imaginar que alguien me perdiera a mí.
Sí, la literatura a veces es dolorosa, pero es más doloroso vivir en una negación constante: tener el falso privilegio de evitar las malas noticias por miedo a involucrarse.
Alma Delia Murillo siempre me quiebra un pedacito del corazón con sus lecturas; sin embargo, la recomiendo ampliamente cada vez que tengo la oportunidad. Sus textos nos invitan a la reflexión, a la interdependencia y a la colectividad.
Si este tema te interesa y no sabes cómo empezar a leerlo, es una buena aproximación, al menos para volvernos más empáticos y entrar desde una ficción prosopoética a un tema tan alarmante.
Participaron de esta nota
Maff Ochoa
7 artículos
Ana Alfaro
Después de 39 años buscando acceder a la justicia, familiares de desaparecidos registrados en el “Diario Militar” lograron que este viernes 6 de mayo de 2022 el juez Miguel Ángel Gálvez resolviera que los primeros nueve exmilitares y expolicías; acusados por delitos contra deberes humanidad, asesinato y desaparición forzada, sean juzgados en un juicio.