Tintas

Cuando la fe se vuelve cadena, no camino

Escrito por Debbie Andrea Guzmán

En nuestras tierras, la religión se expandió con la misma rapidez que los supermercados de cadenas extranjeras, prometiendo abundancia, pero dejando vacíos más profundos. Nos dicen que ahí está la verdad absoluta, que ahí hay libertad, pero lo que muchas mujeres encontramos es otra forma de control: sobre nuestros cuerpos, sobre nuestras decisiones, sobre nuestras vidas.

Por Debbie Andrea Guzmán

El problema no es la fe —porque la fe bien entendida nos puede dar fuerza, ternura y comunidad— sino cuando esa fe se vuelve una estructura patriarcal que justifica las desigualdades. ¿Cuántas veces escuchamos en los púlpitos que nuestro deber es obedecer al hombre, callar nuestras dudas y aguantar como “mujeres virtuosas”? 

Nos recitan versículos mientras se olvidan de que lo esencial de cualquier espiritualidad debería ser la justicia y la dignidad, no la sumisión.

El evangelismo, al igual que otras religiones, se volvió funcional al capitalismo: pastores millonarios con congregaciones pobres, mujeres trabajando de sol a sol para luego entregar el diezmo, con la esperanza de un milagro económico que nunca llega; y en ese intercambio desigual, se refuerza una espiritualidad vacía que nos mantiene dóciles, sin cuestionar por qué en este sistema la pobreza es la norma y la riqueza la excepción.

Como feministas, no rechazamos la espiritualidad; rechazamos las cadenas. Sabemos que la verdadera fe no debería hacernos más pequeñas, sino más libres.

Una espiritualidad que valga la pena es aquella que nos impulsa a organizarnos, a defender la vida, a cuidar la tierra —no aquella que nos dice que soportemos el dolor en silencio porque “Dios lo quiere así”. 

Hoy más que nunca necesitamos construir espacios donde la fe se entienda como fuerza colectiva, no como mercancía. Donde amar no sea sinónimo de

obedecer, y donde la justicia social sea tan sagrada como cualquier altar. Porque sí, lo espiritual importa, pero no puede estar separada de la conciencia de clase: no sirve de nada rezar por pan si no cuestionamos al sistema que nos deja sin comer.

Tal vez el desafío de nuestra generación sea precisamente ese: rescatar la fe del patriarcado, del capitalismo y del miedo. Hacer de la espiritualidad un terreno fértil de rebeldía, de ternura y de lucha. Porque como mujeres, como trabajadoras y como feministas, merecemos creer en algo que nos devuelva vida, no cadenas.

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Debbie Andrea Guzmán

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