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Arte: Ruda

Confidencias de una autonomía arrebatada

Escrito por Ana Lucía Ramazzini Morales

Por Ana Lucía Ramazzini

Hay espacios donde mujeres de diversas edades, orígenes y circunstancias nos encontramos y, sin conocernos, hablamos de lo más íntimo.  Quizá sea ese anonimato lo que nos permite hablar con mayor libertad y fluidez acerca de lo que vivimos; pero también es cierto que las experiencias comunes nos hacen coincidir. 

Las conversaciones pueden abrirse en las salas de espera de las clínicas, con las masajistas y peluqueras o simplemente al estar mucho tiempo en una larga fila. En esos momentos aparecen temas que van desde las loncheras para las criaturas, el tiempo invertido en los quehaceres de la casa, las horas de traslado de un lugar a otro, los estudios y las carreras del trabajo, hasta las dinámicas familiares, los ciclos menstruales, los embarazos, “las pérdidas”  y otros más.  Muchos de los temas que hablamos en esos momentos parecieran ser irrelevantes, pero en realidad envuelven problemáticas complejas derivadas de prácticas patriarcales.

Ese fue el caso de dos conversaciones distintas, en lugares diferentes, durante la misma semana.  Liza y Mónica1, de 25 y 28 años respectivamente, compartieron sus historias sobre la sorpresa que se llevaron al enterarse que estaban embarazadas, después de haberse sometido a una cirugía para no tener más hijos.  A Liza se la “hicieron” en el IGSS (Instituto Guatemalteco de Seguridad Social) y a Mónica, en un hospital privado.

Liza comenta que en 2023 ya tenía dos hijos, uno de ocho años y el otro, recién nacido.  Al ser cesárea aprovechó para hacer los trámites para que la operaran y así no tener más. Su plan era seguir estudiando y terminar la carrera por la que había optado. Dos años después, un examen confirmó lo impensable: estaba embarazada de nuevo. Por supuesto que no se lo esperaba.

En 2022, Mónica tenía una hija de cinco años, ya no quería más.  Su sueño era ahorrar e irse a otro país con su hija buscando mejores condiciones laborales. A finales del 2023 se enteró que estaba embarazada. Fue lo último que imaginó que podía pasar.

La ligadura de trompas tiene una efectividad del 99%, lo que significa un margen de error del 1%. Liza y Mónica dicen que “se confiaron” y que no recibieron constancia alguna del procedimiento.  Ambas, expresan que la principal recomendación que le pueden dar a otras mujeres es que pidan las pruebas que confirmen la realización de la cirugía, pues ellas mismas no tienen la certeza de haber sido intervenidas. Además, señalan haber escuchado relatos similares de mujeres de edades cercanas a las suyas.

Esto es violencia. De hecho, es un continuum de violencia que atraviesa la vida de las mujeres. En Guatemala, los embarazos no deseados, no planeados o forzados se dan en niñas y adolescentes, pero también en adultas como Liza y Mónica. Es urgente visibilizar e investigar estas vivencias en todas las etapas de la vida.

Ante esto, problematizar la experiencia refleja un sistema de salud que no garantiza plenamente los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres, que involucraría contar con información clara sobre los procedimientos -de principio a fin- que les están haciendo relacionados con su cuerpo. Esto va más allá de si ellas “confiaron o no”, tiene que ver con un ejercicio real de derechos sexuales y reproductivos y esto implica decidir sobre el propio cuerpo, incluyendo el acceso a la interrupción voluntaria del embarazo. 

Ni Liza pudo terminar su carrera ni Mónica mejoró sus condiciones laborales en otro país. La pregunta inevitable, entre muchas otras,  es: ¿cuántas más tendrán que pagar con sus proyectos, sueños y cuerpos las fallas de un sistema que aún no reconoce la autonomía plena de las mujeres?

  1. Nombres ficticios

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